Al hilo de la entrada en este mismo blog titulada "Infraestructuras deficitarias" colgamos ahora una crónica publicada en el Diario de Noticias, en su edición del 23 de enero, y que han nombrado como "Se acabó la fiesta y las facturas sin pagar":
Hubo un tiempo en la piel de toro en que se ataban los perros con longanizas. Los antecedentes fueron las faraónicas inversiones de la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, que pusieron en el mapamundi a la España del posfranquismo, por primera vez bajo un barniz de modernidad. Era la época del PSOE de Felipe González, a la que siguió el despegue económico basado en el ladrillo de la era aznaril. La bonanza económica posterior llenó las arcas públicas, y muchos ayuntamientos, comunidades autónomas y administraciones estatales se lanzaron, en un loco frenesí, a construir infraestructuras y equipamientos singulares, sin evaluar en muchas ocasiones el impacto económico que iban a tener para generaciones futuras. Curiosamente, el llamado efecto Bilbao tuvo mucho que ver en el fenómeno. Dice el periodista de La Vanguardia Llàtzer Moix en su libro Arquitectura milagrosa (Anagrama 2010) que, "gracias al prodigio de la arquitectura icónica" del Museo Guggenheim, que "obró milagros" en Bilbao, "alcaldes y presidentes autonómicos de toda España vieron en el ejemplo bilbaino la clave de su futuro". ¿El resultado? "Obras impresionantes pero en ocasiones, insensatas, desmesuradas e insostenibles", cita con clarividencia.
Llegó la fiesta en la que se había convertido la última década y se acabó. La profunda recesión y la deuda de las administraciones han destapado la cruda realidad: miles de millones de euros dilapidados en aeropuertos sin vuelos, autopistas vacías, tranvías sin inaugurar, estaciones de AVE desiertas, recintos deportivos que se utilizan una decena de días al año, y complejos culturales y administrativos cuyas construcciones son un saco sin fondo de euros y que nunca, jamás, podrán ser amortizados. Y todo ello sufragado por el dinero de los contribuyentes, que deberán seguir pagando durante muchos años las deudas que generan estos equipamientos.
Ahora que el Gobierno español quiere atar en corto a los gestores públicos que gasten más de lo debido, lo llamativo del asunto es que, si el PP aplicara a rajatabla esta idea y lo hiciera con efecto retroactivo, serían sus cargos públicos y los del PSOE los que acabarían entre rejas. Porque malos gestores populares y socialistas se han repartido los grandes casos de despilfarro de dinero público de los últimos diez años.
El sumidero de Valencia
El pozo negro del derroche se sitúa en la Comunidad Valenciana, que con tanto respaldo popular ha venido gobernando los últimos años Francisco Camps, ahora enjuiciado acusado de cohecho. No es casualidad que la trama de corrupción de Gürtel tuviera en esta comunidad -la más endeudada del Estado español- su base de operaciones. Los proyectos faraónicos comenzaron de la mano de Eduardo Zaplana y su apuesta por Tierra Mítica, el parque temático de Benidorm que nunca cumplió sus previsiones y cuya conflictiva gestión aún colea, ahora en manos privadas. Financiado en su mayoría por la Generalitat, las hoy arruinadas cajas de ahorros valencianas e inversores privados, el complejo costó más de 377 millones de euros, a lo que contribuyeron los excesivos sobrecostes, una lacra aceptada por la mayoría de las administraciones públicas españolas. Era solo el principio. Todavía sin cifras oficiales, se calcula que Valencia se ha gastado en los últimos años otros 140 millones de euros en el circuito de Fórmula 1. Los gastos se dispararon para la Copa América de Vela: 2.102 millones destinados a infraestructuras. La capital valenciana cuenta también con su propio Guggenheim, la ostentosa Ciutat de les Arts y dels Ciències, un monocultivo del polémico Santiago Calatrava, que ha costado cuatro veces más de lo presupuestado.
Caso aparte es el aeropuerto de Castellón, inaugurado poco antes de las elecciones municipales de 2011 por el inefable Carlos Fabra, y que nunca ha obtenido permiso para operar. El coste total rondó los 150 millones. La ruptura del contrato con la concesionaria le costaría a la Generalitat 80 millones. Para más inri, se está acabando de levantar en la entrada del aeropuerto nonato una escultura de 24 metros de altura en honor de Fabra. "Es el mayor elefante blanco de España, una estatua dedicada a un infame político, cuya cara dará la bienvenida a la gente a un nuevo aeropuerto que nadie usa", escribían en el diario británico The Guardian hace unos días.
Lo de España con los aeropuertos es de consulta psiquiátrica. Ya hay 52, pero solo una decena son rentables. La huida de los operadores de bajo coste debido al descenso de pasajeros se ha cebado con los más pequeños: el de Badajoz acaba de cerrar. En los últimos años se han construido, además del castellonense, aeródromos en Burgos, Salamanca, Huesca, Lleida, Córdoba y Albacete. Y se han ampliado bastantes más. Las cifras de vuelos y pasajeros son ruinosas.
Por aire, por raíles...
El más llamativo aeropuerto fantasma español es el de Ciudad Real. Construido con una pista de cuatro kilómetros capaz de soportar el aterrizaje del mayor avión del mundo, ha sido un fracaso y ha cerrado sus puertas. Costó la astronómica cifra de 1.100 millones de euros, financiados en parte por la anterior administración socialista castellano manchega -José Bono fue el impulsor del proyecto-, a través de Caja Castilla La Mancha, otra de las entidades de ahorro intervenidas.
No es el único ejemplo del noble arte de lanzarse a construir infraestructuras previendo cifras de usuarios desproporcionadas. El Estado español es, junto con Portugal, el país europeo con mayor densidad de autopistas. La borrachera del asfalto tiene su mejor exponente en Madrid, donde en pocos años se han construido cuatro carreteras radiales. Algunas no cubren las expectativas de viajeros. El caso más escandaloso es la AP-41 entre Madrid y Toledo. Costó 440 millones y tiene una media de utilización de 1.641 vehículos diarios. La concesionaria ha ganado una sentencia, en la que pedía una indemnización de 300 millones, porque el Ministerio de Fomento no siguió con la construcción hasta Córdoba, como estaba previsto en el proyecto inicial. Además, se queja de que la Comunidad de Madrid perjudicó su negocio al construir una carretera casi paralela pero sin peaje.
El Tren de Alta Velocidad ha sido el otro gran boom en las infraestructuras en la última década. Solo China gana a España en kilómetros de AVE proyectados. Los indiscutibles trayectos exitosos de la alta velocidad española contrastan con algunos tramos y estaciones donde, sin duda, se ha tirado el dinero público a la basura. El caso más llamativo de tramo infrautilizado ha sido el de Toledo-Albacete, hasta el punto de que, cumplido el medio año de ruinoso servicio, Renfe dio carpetazo a la línea. Construir la línea Madrid-Albacete supuso 3.500 millones, y el coste por pasajero se elevaba a 1.125 euros, una cifra claramente inasumible. Por no hablar de estaciones fantasma como la de Requena-Utiel, en la línea Madrid-Valencia, que costó 12,4 millones para la cuarentena de pasajeros que la utilizan cada jornada.
El 'sueño' de Fraga
En la otra punta del mapa, en Santiago de Compostela, destaca el amplio complejo cultural de la Cidade da Cultura. Impulsado por el entonces presidente gallego Manuel Fraga, aún estando vivo se consideró en aquella tierra que era su testamento, un mausoleo construido en vida. Diez años después, los 108 millones de presupuesto inicial van ya por los 400. Y aún no se ha terminado este mastodonte cultural de piedra, dividido en varios complejos -algunos de los cuales no se sabe a qué se dedicarán- y cuyo presupuesto para este año se llevará uno de cada seis euros destinados por Galicia a la cultura y el turismo.
Otro proyecto de dudosa rentabilidad fue la Expo del Agua de Zaragoza de 2008, presupuestada en 700 millones de euros durante los gobiernos de los socialistas Marcelino Iglesias y Juan Alberto Belloch. El Tribunal de Cuentas dictó que las pérdidas acumuladas superaron los 500 millones de euros. De todo el complejo, sobreviven la Torre del Agua y el pabellón-puente de Zaha Hadid, que están sin uso. Por este último, se acabó pagando 88,3 millones de euros, más del doble de lo presupuestado. A día de hoy, el parque empresarial levantado en el lugar solo ha podido vender un 1% de su superficie construida. Como en el refrán yo me lo guiso y yo me lo como, serán los organismos públicos aragoneses los que ocupen finalmente las instalaciones.
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