Por Alfredo Ollero (profesor titular de la Universidad de Zaragoza) y Camino Jaso León (consultora navarra en restauración fluvial), miembros del Centro Ibérico de Restauración Fluvial
Parece que este invierno va a ser un invierno
excepcional, con mucha precipitación y por tanto con varias y seguidas crecidas
en nuestros ríos, algunas de ellas de carácter más extraordinario. Tan
reiteradamente como dichas crecidas, hemos escuchado innumerables peticiones
que reclaman limpiar el cauce. Esta solicitud popular, tan errónea
como abrumadoramente unánime, es a menudo amplificada por los medios de
comunicación, que por falta de fuentes accesibles para contrastarla,
frecuentemente muestran la visión de los afectados, a falta de argumentos de
índole científico técnica o simplemente de algunos afectados con más criterio y
objetividad.
La idea de que "hay que limpiar o dragar el río" quizás está tan
enraizada porque en el pasado reciente los cauces se arrasaban sin
contemplaciones, sabiendo que no servía de nada, a modo de actuación placebo,
para tranquilizar a los ribereños y en ocasiones con el único objetivo de ganar
votos con actuaciones que en esa época todavía pocos cuestionaban. Así, las
diversas administraciones han ido ejecutando o autorizando actuaciones que,
bajo el pretexto lógico y loable de proteger bienes y personas ante episodios
de inundación, han supuesto frecuentemente bien para hoy pero mal para mañana,
además de una importante afección ambiental en los ecosistemas acuáticos y
ribereños.
A pesar de su demostrado anacronismo, todavía hoy se siguen haciendo estas
actuaciones cuando se consigue regatear las trabas ambientales. Así,
no faltan gestores públicos que se acogen a procedimientos de emergencia (a
menudo sinónimo de ausencia de control) tras cada crecida para meter las
máquinas dragadoras, bajo una situación de grandes presiones económicas y
dinero público disponible para las contratas.
Cuando se pide limpiar un río no se pretende liberarlo de basuras,
sino eliminar sedimentos, vegetación viva y madera muerta, elementos naturales
del río y fundamentales para su dinámica. Se demanda, en suma, agrandar la
sección y reducir la rugosidad para que el agua circule en mayor volumen sin
desbordarse y a mayor velocidad. Cuando esto ocurre, los daños en el río son
innumerables. Dichos daños justificarían ya por sí solos la prohibición radical
de estas prácticas. Pero es que, además, y éste es un aspecto que nos interesa
recalcar, las limpiezas son acciones que nada benefician a los que las
demandan.
En las primeras horas de la siguiente crecida el río volverá a acumular materiales en los huecos limpiados. En ríos como el Ebro y los tramos bajos de sus principales afluentes navarros, eliminar una capa de gravas de su lecho aumenta mínimamente la sección de la corriente desbordada, un efecto a toda vista despreciable. Por ejemplo, en el Ebro si se dragara rebajando 1 metro el lecho, para una crecida de 2.000 m3/s como la de estos últimos días y teniendo en cuenta el campo de velocidades, tan solo bajaría el nivel de la corriente unos 8 centímetros en la misma sección dragada. Y si se quiere mantener este pequeño efecto habrá que seguir limpiando una y otra vez. En 2010 se dragaron un total de 126.000 m3 de gravas en el tramo aragonés del Ebro (entre Gallur y Cabañas) y hoy durante la crecida se pide con insistencia que se vuelvan a dragar los mismos puntos. Limpiar o dragar el río es tirar el dinero, un despilfarro que no puede admitirse en estos tiempos.
Pero sobre todo hay que señalar que los dragados pueden provocar efectos
secundarios muy negativos: erosión remontante (erosión hacia aguas arriba del
tramo dragado), incisión (hundimiento del cauce), irregularización de los
fondos, descenso de la capa freática (y por tanto desecación de pozos de
riego), descalzamiento de puentes y escolleras, colapsos si hay simas bajo la
capa aluvial, etcétera.
Precisamente los estudios geomorfológicos que se han llevado a cabo en el
río Arga, entre ellos en la zona de Peralta-Funes, han demostrado que los
dragados a los que se han visto sometidos estos ríos en el pasado están
provocando serios problemas de incisión del cauce. Como resultado de esto, se
empiezan a observar problemas de descalce en las zapatas de los puentes y un
descenso en el nivel freático que afecta a los pozos de los que se abastecen
los regadíos y las poblaciones ribereñas.
Otra idea reiterativa e igualmente errónea es la percepción de que el cauce se ha elevado. Esta percepción es falsa, ya que donde haya crecido alguna playa o isla, el cauce habrá profundizado al lado, en el mismo punto, para compensarlo. También se dice recurrentemente que con crecidas pequeñas cada vez se inundan más campos, cuando lo que ocurre es que las motas y defensas, al comprimir el flujo, inyectan con fuerza el agua a las capas subterráneas, inundándose desde el freático terrenos muy alejados del cauce.
Hay que desterrar los viejos patrones culturales sobre el funcionamiento de los ríos y sobre el tratamiento de los riesgos de inundación e ir adquiriendo nueva información y educación al amparo de los conocimientos actuales y los nuevos retos que plantean las actuales directivas.
Nos consta que las autoridades ambientales navarras, junto con algunas de las entidades locales más afectadas por este tema, así como diversos colectivos implicados, han hecho un esfuerzo de consenso tras varias largas sesiones de trabajo. Se ha adelantado mucho trabajo en el sentido de aprender a convivir con el río sin llevar a cabo las actuaciones tradicionales (embalses, motas, dragados…) que a todas luces se han demostrado ineficaces.
Son las crecidas las que limpian los cauces y mantienen la vegetación a raya. Tras estas crecidas, este verano habrá menos algas y menos riesgo de proliferación de especies invasoras, como la mosca negra. Con menos regulación, más espacio para desbordarse y más crecidas, el río funcionará mejor y nos dará más beneficios. Dejemos de demandar limpiezas. En la actualidad, frente a la ineficacia de estas medidas, la Directiva Europea de Inundaciones aboga por la renaturalización de los ecosistemas fluviales a través de la recuperación de las llanuras naturales de inundación como vía de laminación de las avenidas. En esta línea se han desarrollado experiencias en Holanda y Alemania, al igual que las que se están realizando en la propia cuenca del Arga y Aragón y en algunos tramos del Ebro. Ese es el futuro. Si desaparecen ciertas funciones ecosistémicas de los ríos, se pone en riesgo la disponibilidad de agua de calidad y peligran la mayoría de lo usos que actualmente hacemos de ellos, a la par que se hipotecan usos potenciales futuros.
Así pues, urge una buena ordenación y gestión de estos espacios que, por supuesto, puede y debe incluir labores de conservación y mantenimiento de cauces, donde -entre otras acciones en pro de la conservación-, tendrían lugar acciones de limpiezas puntuales de puentes e infraestructuras. Si a esto añadimos una política eficaz y rápida de indemnizaciones para los años excepcionales, y más las campañas de información y participación, el problema de las crecidas quedará paliado y los ríos ganarán en salud, lo cual siempre revierte en la mejora de los múltiples servicios que nos prestan.
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