Me comentaban que un paseante despistado, descubriendo Arantzadi, preguntó qué pueblo era ese.
Y es que Arantzadi conservaba un aire rural, era un islote dentro de la ciudad, a pesar de las intervenciones, de las construcciones que distintos ayuntamientos que han ido pasando por la ciudad permitieron intereses privados.
A partir de ahora, ese rincón con aires de aldea desaparece. Es precisamente lo que a muchos nos atraía, aunque a otros eso no parece decirles nada.
Quien baje ahora se encontrará con un espacio rodeado de vallas y cerrado con bloques de cemento. Dentro, un estrépito de máquinas que acaban con árboles, frutales algunos, alimento de humanos y animales, refugio para ellos. Arbolado, arbustos, setos, que absorben CO2 y dan sombra, variedad, belleza al paisaje, como mobiliario de quita y pon.
Se aplastan hortalizas, destripando huertas, cultivadas por agricultores que dedicaron su tiempo a la reconversión de una agricultura convencional en ecológica. Estos sí fueron innovadores y emprendedores, aunque nunca se les haya dado el premio al mejor del año.
Ahora, quienes aún quedan, ven cómo el trabajo de toda una vida desaparece en cuestión de horas o minutos. Es una destrucción sistemática de lo que de natural quedaba en el meandro.
Los ciudadanos que vivíamos Arantzadi lo hemos considerado como algo nuestro: su paisaje, jardín, su río. ¿Y las huertas, ¿Acaso no cumplían un fin social?
De todos modos no podemos saber si este asunto nos importa a pocos o a muchos, quienes decidieron el proyecto no han dado ninguna opción de debatirlo públicamente.
Y es que Arantzadi conservaba un aire rural, era un islote dentro de la ciudad, a pesar de las intervenciones, de las construcciones que distintos ayuntamientos que han ido pasando por la ciudad permitieron intereses privados.
A partir de ahora, ese rincón con aires de aldea desaparece. Es precisamente lo que a muchos nos atraía, aunque a otros eso no parece decirles nada.
Quien baje ahora se encontrará con un espacio rodeado de vallas y cerrado con bloques de cemento. Dentro, un estrépito de máquinas que acaban con árboles, frutales algunos, alimento de humanos y animales, refugio para ellos. Arbolado, arbustos, setos, que absorben CO2 y dan sombra, variedad, belleza al paisaje, como mobiliario de quita y pon.
Se aplastan hortalizas, destripando huertas, cultivadas por agricultores que dedicaron su tiempo a la reconversión de una agricultura convencional en ecológica. Estos sí fueron innovadores y emprendedores, aunque nunca se les haya dado el premio al mejor del año.
Ahora, quienes aún quedan, ven cómo el trabajo de toda una vida desaparece en cuestión de horas o minutos. Es una destrucción sistemática de lo que de natural quedaba en el meandro.
Los ciudadanos que vivíamos Arantzadi lo hemos considerado como algo nuestro: su paisaje, jardín, su río. ¿Y las huertas, ¿Acaso no cumplían un fin social?
De todos modos no podemos saber si este asunto nos importa a pocos o a muchos, quienes decidieron el proyecto no han dado ninguna opción de debatirlo públicamente.
Pedro Osés
Arantzadi Bizirik / Ekologistak Martxan Iruñea
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