En el entorno remoto de las Islas Hawai, en medio del oceano Pacífico, alejado de toda fuente importante de contaminación, a más de 3.000 m de altitud, en el observatorio de Mauna Loa, desde hace algo más de medio siglo se viene midiendo con precisión la concentración atmosférica de dióxido de carbono. Es la estacion más antigua que, ininterrumpidamente, ha venido midiendo esta variable tan importante de nuestro planeta. El día 7 de Mayo de 2013 entrará en la historia de la humanidad y del planeta porque, por primera vez en al menos 800.000 años, y puede que desde el Plioceno (hace casi tres millones de años), la concentración de este gas de efecto invernadero ha superado la marca de las 400 partes por millón. Hace unos 200 años, cuando se inventó la máquina de vapor, estábamos en 280 ppm. Muy pocos son los que aún viven que, al nacer, respiraron aire por debajo de 300 ppm. Casi todos hemos vivido ya en esa centena. Y, desde luego, nunca nadie ha vivido un cambio de más de 100 ppm a lo largo de su vida. Es más, un cambio de esta magnitud y rapidez es totalmente excepcional en la historia reciente de nuestro planeta. Y, lo que es peor aún, de no detener las emisiones, quienes ahora nacen y empiezan a respirar aire de 400 ppm es probable que, al final de su vida, respiren aire de 600 e incluso muchas más ppm.
El dióxido de carbono es un gas inocuo para nosotros en este nivel de concentraciones; sin embargo, es un gas que tiene efecto invernadero. Es este gas, junto con otros pocos gases y vapores los que hacen que la Tierra sea un sitio “calentito”, sin grandes extremos térmicos en la mayor parte de su superficie, lo que ha permitido la vida tal como la conocemos, incluida nuestra propia aparición como especie Homo sapiens. Liberar dióxido de carbono a la atmósfera hace que el clima se caliente. El calentamiento del clima no es un asunto baladí. Todos, de una manera u otra, dependemos del clima del lugar en el que habitamos. Cambiar el clima es, en última instancia, cambiar el funcionamiento de todos los ecosistemas de los cuales dependemos para nuestro sustento y bienestar, es cambiamos a nosotros mismos.
Puede que muchos piensen que el cambio climático será algo del futuro, pero no es verdad. Está con nosotros desde hace tiempo. Muchos han o hemos sufrido sus efectos, y muchos más los seguiremos sufriendo, tanto más cuanto mayores sean las emisiones. Puede también que muchos piensen que tenemos tiempo para reaccionar, pero están confundidos. Cuanto más gases se emitan mayor será el incremento de la temperatura, y más dificil, si es que posible, detener el calentamiento. Si queremes que el clima no se caliente más allá de 1,5º, como piden muchos países en desarrello en el marco de las Naciones Unidas, hay que empezar desde hoy mismo a reducir las emisiones. De no hacerlo y continuar como hasta ahora, en 2030 esta meta será ya inalcanzable. Para hacerla posible, habría que disminuir drásticamente las emisiones, a tasas que ponen nuestra propia capacidad, y no digamos nuestra voluntad, en un durísimo aprieto. No hay acuerdos en el horizonte para conseguir tal meta. Pero, lo que es peor, no se necesitará mucho más que otra década para hacer imposible la meta de evitar que el planeta se caliente por encima de 2ºC, objetivo que han acordado otros muchos países por entender que superar esa cifra supondría una interferencia peligrosa sobre el clima. Inalcanzable significa que no podremos evitarlo y que la alteración que se produzca continuará durante siglos. El tiempo apremia como quizás pocos llegan a concebir.
El 7 de Mayo de 2013 habrá sido un mal día para toda la Humanidad, pues evidencia que los deseos de los gobiernos del mundo no se corresponden con la tozuda realidad de que las emisiones no disminuirán si no se adoptan las decisiones oportunas. Esta frontera no debió cruzarse nunca. Como en tantas otras cosas, la ciencia, aun con sus limitaciones, hace ya mucho tiempo que dio la voz de alarma. El mensaje era correcto y, con el tiempo, no ha hecho sino mejorar. Pero los humanos reaccionamos mal ante lo imprevisto y preferimos aceptar la duda que, en no pocas veces, algún mercader siembra, antes que hacer lo necesario para evitar el mal que, sin lugar a dudas, todos querríamos evitar; eso si, a poder ser, sin coste. Pero eso no es posible. Detener el calentamiento tiene un coste, pero este es mínimo y más pequeño, mucho más pequeño, que los daños que se derivarán de no hacerlo. Es en días como éste, que serán recordados durante siglos, cuando debemos exigirnos a nosotros mismos un poco de reflexión, un alto en el camino, para recapacitar sobre lo que es verdaderamente importante,y decidir que “si queremos, podemos”. Tú decides.
José Manuel Moreno Rodríguez
Catedrático de Ecología
Universidad de Castilla-La Mancha
Catedrático de Ecología
Universidad de Castilla-La Mancha
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